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Domingo de Ramos

ABRIL 17, 2011. El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de la Pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra que evoca la Pasión del Señor en el Evangelio de San Marcos.
En este día se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la Iglesia Madre de la Ciudad Santa, que se convierte en mimesis, imitación de lo que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria -anamnesis- de la Pasión, que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración, con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.
Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los Olivos para recalar en la capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey pacífico, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir, en todo, las profecías.
Por un momento, la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin subterfugios, a Aquél que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y la gente que acompañó a Jesús como un Rey.
San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey; gente que gritaba: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el Cielo y gloria en lo alto”.
Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la Proclamación del Misterio con un gran contraste entre el camino triunfante del Cristo del Domingo de Ramos y el Viacrucis de los Días Santos.
Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que debe empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Éste es el Evangelio; ésta, la nueva noticia, el contenido de la Nueva Evangelización. Desde una paradoja, este mundo, que parece tan autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios, en la que se demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas narraciones largas y detallistas de la Pasión de Jesús.
Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista cuanto con él podía medirse la fuerza de la Resurrección.
La Liturgia de las Palmas anticipa en este domingo, llamado Pascua Florida, el Triunfo de la Resurrección, mientras que la Lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor. (ACI).

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