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Fe y cibertecnología

Cristian Martini Grimaldi

En el infinito debate entre apocalípticos (poquísimos, en realidad) e integrados, en los tiempos de la revolución digital se introduce un ensayo del jesuita —integradísimo— Antonio Spadaro, "Cibertecnología. Pensar el cristianismo en tiempo de la red" (Vita e Pensiero). El autor lleva a cabo un reconocimiento de las últimas innovaciones tecnológicas y traduce después sus implicaciones en el plano social, cultural y sobre todo religioso.

El Google Instant, por ejemplo, permite optimizar la búsqueda on-line, pero en un modo potencialmente "perverso" por el cual "la respuesta tiende a preceder la pregunta"; así que, más que antes, será importante aprender a formular bien las preguntas, si no se quiere quedar atrapado por los criterios del motor de búsqueda mismo que tiende a anticipar —por lo tanto, a dictar— nuestras intenciones reales. Así, "la búsqueda de sentido no puede resultar motorizada", observa agudamente Spadaro.

La lógica del don en el user generated content es, también según el autor, compatible con una lógica teológica del don porque el contenido compartido, donado, tiene como recompensa la relación misma. Pero atención: "La relación no produce automáticamente una comunión". Si se quisiera sintetizar en pocas líneas la sustancia de las incógnitas que surgen del uso cada vez más difundido de la red, se podría condensar todo en esta reflexión de Spadaro: "Conectar y compartir no se identifican con 'encuentro', que es una experiencia mucho más comprometida a nivel de relación".

Es en este punto donde se juega la fiabilidad de todas las teorías sobre los efectos de la red en la socialidad, y por lo tanto también sobre el modo de pensar la fe, en el futuro próximo. Si por un lado se puede estar de acuerdo en el hecho de que la red tiende a amplificar y aumentar nuestras posibilidades de encuentro, por otro es experiencia común la dificultad de "conectarse" con el extraño que se sienta junto a nosotros, tanto en el bar como en el aeropuerto, si este último está concentrado a "relacionarse" con su gadget electrónico (de cualquier naturaleza: tablet, smartphone o notebook).

Y si, citando a Pierre Lévy, es el uso intensivo de utensilios (también tecnológicos) lo que construye la humanidad en cuanto tal, hay que preguntarse por qué entonces se encuentra cada vez a más personas —en cualquier caso ciertamente una minoría— que se distancian de los social network, llegando incluso a anular sus propios perfiles virtuales tras haber experimentado los beneficios, y los "maleficios", en su equilibrio emotivo y psicológico. Por no hablar del hecho de que aunque a través del uso de instrumentos electrónicos ampliamos indudablemente nuestro perímetro de relación también con personas que residen en el otro lado del planeta, tampoco es experiencia rara encontrar adolescentes que se niegan a intercambiar la propia identidad de Skype. Temen que esas vídeo-llamadas, tan fácilmente al alcance de un click, tan poco "exigentes", barran con toda la magia que el encuentro físico ha sabido transmitir y que la Maga Tecnología, bajo forma de una interfaz digital, no consigue todavía encaminar ni aún con todos esos millones de bits.

En resumen, la cantidad no hace la sustancia. La barrera tecnológica, no obstante despliegue astronómicas oportunidades de crear relación, puede también transformarse en una "barrera arquitectónica". El proprio Spadaro, a pesar de las notables esperanzas —e implícitas felicitaciones— que pone en el medio, está obligado a reconocer esta potencial deriva, porque "la simulación golpea a lo real por su amplia potencialidad y su bajo nivel de riesgo, siempre manipulable y reversible". Pero después se ve obligado a recordar que "el verdadero riesgo en el horizonte es de hecho la alienación, el refugio en un mundo ficticio e indoloro que hacer perder el contacto con la riqueza incomparable de la experiencia 'irreversible'"

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