Un paciente, al que el médico había recetado medicina, dieta, ejercicio y
dejar el cigarro, aunque mejoraba cada vez más, se sintió incómodo con
el tratamiento. Hasta que un día, muy de mañana, llamó al consultorio y
dijo: “Ya me cansé del tratamiento ¿Podría mejor tomar la medicina sólo
cuando me sienta mal, hacer la dieta y el ejercicio cuando me nazca, y
fumar un cigarro al día?”. “Si”, fue la respuesta. Entonces,
sorprendido, exclamó: “Si podía ser así, ¿por qué me dio una receta tan
exigente doctor?”. “¿Doctor? –respondió la voz– ¡Soy el velador! Y por
mí haga lo que le dé la gana”.
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