Una señora se quejaba con una amiga de que su hijo adolescente era muy
atarantado. “El mío es peor –dijo la otra–, y te lo voy a demostrar”. Lo
llamó y le dijo: “¡Rápido!, ve a casa a ver si estoy”. Y el muchacho
salió corriendo. “El mío es peor –dijo la señora–, y ahora lo verás”. Lo
llamó y le dijo: “¡Pronto!, toma dos pesos y ve a comprarme un coche”. Y
el chico salió a toda prisa. “¡Son realmente atarantados!”, concluyeron
ambas. Pero por el camino los chavos se encontraron, y uno le dijo al
otro: “Mi mamá es muy atarantada; me mandó a casa a ver si estaba ¡Y no
me dio las llaves!”. “La mía es peor –comentó el otro–; me dio dos pesos
para comprar un coche ¡Y no me dijo qué modelo!”
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