"No tengas miedo; abre de par en par las puertas a Cristo"
P. Alán G. Camargo
Pastoral de la Comunicación Social
Hace unos días se anunció que el primero de mayo será la beatificación de quien fuera Papa, Juan Pablo II. Me vino a la mente de forma borrosa, cuando frente al televisor miré el anuncio de su Pontificado en el año de 1979. Ese mismo año nació mi hermana.
Pasados los años Dios me permitió verle de muy cerca "casi saludarlo" en su visita a la ciudad de Monterrey (mayo 1990) cuando era yo seminarista. Luego como sacerdote en su visita a México, DF, tuve oportunidad de verlo en el Autódromo (enero 1999) y en la canonización de San Juan Diego (julio 2002). Y un 16 de diciembre de 2004 por fin lo saludé en la ciudad de Roma, Italia, le dije que era de México y con una ligera sonrisa me dijo unas palabras estrechándome la mano.
Si algo admiré en él, fue su tenacidad para seguir hasta el final de su vida trabajando. El mundo le recuerda, México lo extraña. Asistí a sus funerales y elevé mi oración por aquél Papa que amó a la Virgen de Guadalupe con tal fe que bien puedo decir: fue un hombre de fe.
Beatificación
(Etim. Latín beatificatio, el estado de ser bendito; de beatus, feliz.) La beatificación es una declaración hecha por el Papa de que un siervo de Dios vivió una vida de santidad (ha ejercido las virtudes cristianas en grado heroico) y/o tuvo muerte de mártir. La beatificación es una sentencia no definitiva, que tiende a la canonización. La beatificación permite que se le tribute culto público de veneración con ciertas limitaciones. La veneración universal está reservada para los santos canonizados. Las personas beatificadas son llamadas "Beatos"
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