EDITORIAL mayo 2011
El mes de mayo siempre es muy especial, tanto para nosotros los católicos como para la sociedad en general: es el mes de María y celebramos a nuestras madres; festejamos a maestros y estudiantes; se conmemora el trabajo y a su santo patrono San José Obrero; rendimos honor a la Santa Cruz y a sus devotos, nuestros amigos de la construcción. En este número, sin embargo, quisiéramos reflexionar en otros dos eventos especialmente significativos.
Aunque la noticia la recibimos en abril, es hasta este ejemplar que podemos comentar el traslado de nuestro Señor Obispo a la Diócesis de Querétaro. Ciertamente es una notica que nos duele, seis años a todos nos parecen muy pocos, los fieles de esta Diócesis sentimos que el rumbo que nos marcó el Sr. Obispo estaba teniendo frutos espirituales y pastorales de mucho crecimiento y fortaleza. En todos los niveles de la vida diocesana su influjo ha sido determinante y factor de unión y trabajo; no podemos dejar de mencionar el apoyo que siempre mostró a El Mensajero, como medio de comunicación y comunión para todos. Lo vamos a extrañar. Entendemos que todo miembro de la Iglesia ha de tener como valor primordial la obediencia, y eso es lo que hizo Mons. Faustino, obedecer al Santo Padre, y es lo que también tenemos que hacer todos, obedecer y aceptar con madurez las decisiones de nuestro Pastor. Nos queda desear al Sr. Obispo innumerables bendiciones de parte de Dios para su nuevo ministerio, orar por él y orar para que el nuevo Obispo de Matamoros responda sobre todo al Plan de Jesucristo, Pastor y Cabeza de la Iglesia.
Asimismo, es imprescindible expresar el gozo inmenso que toda la Iglesia y el mundo entero hemos experimentado al ser testigos de la Beatificación de nuestro amado Papa Juan Pablo II. Qué privilegio haber sido sus contemporáneos y haber podido tenerlo como maestro, guía, inspiración y modelo; hayamos tenido la oportunidad de verlo personalmente o no, todos lo sentimos muy cercano, como un verdadero amigo, por eso la canción con ese nombre le va tan bien y se convirtió para nosotros los mexicanos en su himno. No podemos dudar del influjo decisivo que nuestro amado Pontífice tuvo en la historia del mundo y de la Iglesia en el cambio de milenio, pero sobre todo, con ocasión de su Beatificación, hemos de pensar en su experiencia de ser un verdadero discípulo y misionero, un cristiano auténtico que encarnó las virtudes evangélicas, y testigo incasable que llevó a Cristo a todos los rincones del planeta. Aunque seguramente ya lo habíamos estado haciendo, ahora sí de manera oficial podemos dirigirnos a él como un amigo que está en el cielo y que intercede poderosamente ante Cristo por nosotros.
Amadas madres, queridos alumnos y maestros, muy estimados trabajadores, reciban un saludo muy cordial de parte de El Mensajero; pedimos las oraciones de los lectores para ustedes e invitamos a todos a tener la experiencia de comunión que nos ofrece los contenidos de este ejemplar.
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