En Familia
Tere Herrera y Enrique Castillo
Amadísimos hermanos, reflexionemos un poco cómo nuestra Iglesia reconoce la labor de la transmisión de la fe en familia. Nos referimos al término “Iglesia domestica”. La Iglesia descubre a la familia, como el espacio donde los padres comparten con sus hijos el don de la fe y les participan la belleza de seguir a Cristo.
Cada familia debe ejercer el papel de guiar la vida espiritual de sus miembros hacia su único fin que es Dios. Por tanto, como dice el beato Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiaris Consorti: “los padres son los primeros educadores en la fe”. Ésta es la gran herencia de la que somos albaceas los padres; se nos ha dado en derecho divino por lo tanto rendiremos cuentas, por el tiempo en el que la administramos y lo que hicimos.
¿No es así en la vida del mundo terreno? Cuando eres depositario de una herencia para una persona hasta que este cumpla su mayoría de edad sabemos que tenemos que administrarla y hasta buscamos quien nos enseñe y nos ayude a hacer redituar la herencia de manera que podamos devolvérsela al beneficiario con creces.
De igual manera la herencia de la fe tienes que invertirla, acrecentarla para después entregarla a quien le corresponde decidir. Si no hacemos nada, o hacemos poco, corremos el riesgo de ser malos administradores; nuestros hijos, a quienes les corresponde decidir, no podrán hacerlo o decidirán equivocadamente. No cabe en este caso la duda o preguntarse ¿será lo mejor? ¡Por su puesto que es lo mejor!
No tengamos miedo, Dios es actual hoy y siempre, anunciémoslo así a nuestros hijos en el hogar y vivamos dando un continuo testimonio en esta iglesia doméstica. Recordemos que de aquí saldrán los futuros sacerdotes, religiosas (os), laicos consagrados y esposos (as) fieles a Dios y a la vocación que de él reciban.
Acudamos a la eucaristía y llevemos a nuestros hijos. Arriesguémonos por ese Dios que lo ha dado todo por nosotros y digamos convencidos: ¿Señor a quien iremos? “Tu tienes palabras de Vida y nosotros hemos creído que tu eres el Hijo de Dios (Jn. 6,68).
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