Pbro. Lic. Roberto Sifuentes Aranda
Yo estoy contigo (Jer 1,8). Los sentimientos que estamos experimentando en estos últimos días, a pesar de la realidad que nuestro pueblo está viviendo, son de alegría y esperanza. Son de alegría porque la noticia, que nos tomó de sorpresa, de que tendríamos pronto un pastor exaltaba nuestros corazones hacia a Dios para decir ¡gracias!; porque no abandonas a tu pueblo, gracias porque ves la necesidad de alguien que lo debe estar guiando, gracias porque tu eterno amor se manifiesta en aquel que da su vida por las ovejas y se entrega por ellas, gracias por nuestro nuevo Obispo. Pero a la vez, son sentimientos de esperanza, y por muchas razones, las cuales nos llevan a mantenernos en pie y a no sentirnos descarriados como ovejas sin pastor, sino que nos lleva a levantar la mirada y a seguir impulsando y promoviendo el mensaje del evangelio en todos las casas y rincones de nuestra Diócesis de Matamoros.
Hemos de ver que la presencia del Pastor, en medio de su pueblo es indispensable, ya que como Obispo ejerce el ministerio de la santificación en el pueblo (munus sanctificandi), pone en práctica lo que se propone el ministerio de enseñar (munus docendi) y, al mismo tiempo, obtiene la gracia para el ministerio de gobernar (munus regendi), modelando sus actitudes a imagen de Cristo Sumo Sacerdote, de manera que todo se ordene a la edificación de la Iglesia y a la gloria de la Trinidad Santa (Cfr. Pastores gregis, 32).
De ahí la importancia que el Obispo tiene en medio de la comunidad Diocesana, pues como imagen de Cristo, está llamado a vivir en el amor a Jesucristo y a la Iglesia desde y en la intimidad de la oración, lo mismo que en la donación de uno mismo a los hermanos y hermanas, a quienes se preside en la caridad. Como pastor y guía espiritual de la comunidad encomendada, está llamado a “hacer de la Iglesia una casa y escuela de comunión”, pues como animador de la comunión, tiene la misión de acoger, discernir y animar carismas, ministerios y servicios en la Iglesia.
Como padre y centro de unidad, se debe esforzar por presentar al mundo un rostro de la Iglesia en la cual todos se sientan acogidos como en su propia casa. Para todo el Pueblo de Dios, en especial para los presbíteros, debe ser padre, amigos y hermano, siempre abiertos al diálogo. No se puede dejar desapercibido que el obispo es principio y constructor de la paz y la unidad de su Iglesia particular y santificador de su pueblo, testigo de esperanza y padre de los fieles, especialmente de los pobres, y que su principal tarea es ser maestros de la fe, anunciador de la Palabra de Dios y la administración de los sacramentos, como servidores de la grey (Cfr. Documento de Aparecida 186-189).
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